lunes, 16 de mayo de 2016

MI VENTANA




Nunca me había parado a pensar “lo que veo desde mi ventana”, y doy fe de que es toda una inagotable aventura o novela por capítulos.
Cada día me sorprenden los personajes que desde ella puedo observar. Los hay de todos los tipos: cómicos, dramáticos, inapetentes, comilones… un mosaico para todos los gustos. Puedo decir que he descubierto el modo de no aburrirme.
Enfrente de mi casa hay un edificio de oficinas, con grandes ventanales y cristales muy limpios, que me dejan ver todo lo que sucede a los personajes de su interior. Su mímica y sus gestos me sugieren lo que está pasando… bueno, y un poco de mi imaginación.
Al lado derecho hay un bloque de viviendas que me mete de lleno en sus preocupaciones. Nunca he sido cotilla, pero cuando te pones a mirar ya no puedes dejar de hacerlo, porque sus protagonistas te fascinan y te duelen sus vivencias.
Una joven discutía con su madre acaloradamente. El reloj de mi casa marcaba las nueve de la mañana, yo regaba mis plantas, y pude ver como la muchacha tenía prisa. Dando un portazo, dejó a su madre con la palabra en la boca. Se dirigió apresuradamente al edificio de oficinas. Entró en un despacho cuyo ventanal estaba al alcance de mis ojos, y pude observar que en su interior se encontraba un señor mayor. La escena me sorprendió. Pensé que era una secretaria. La joven empezó a discutir enérgicamente con él. Ésta señalaba un portarretratos que estaba en su mesa, con la foto de una niña pequeña, a la que la muchacha señalaba con rabia al mismo tiempo que se golpeaba su pecho. Después de unos minutos, el hombre firmó lo que parecía un cheque y se lo entregó. Ésta, cerrando la puerta con furia, salió del despacho dirigiéndose donde su madre, entregándole el talón.
En otras ocasiones, en esta misma oficina, había visto entrar a una joven pelirroja con una niña pequeña. La mujer se mostraba muy cariñosa con el hombre y a éste se le caía la baba con las dos, por lo que imaginé que este donjuán tenía dos familias…, todo cosa de mi fantasía.
En el mismo edificio de viviendas, en el 2º piso, hay un viejecito que me produce mucha ternura. Se pasa la vida sentado en el balcón, en una butaquita de mimbre rodeado de cojines. Se ve claramente que respira con dificultad, y día y noche la terraza es su alivio. Hace unos días que no le veo. Empieza a preocuparme.
Justo en la esquina, hay una chocolatería-churrería. Sobre todo, a determinadas horas, mi calle se llena de un olor inconfundible. A la mañana, sus clientes son de lo más variopinto: comerciantes, oficinistas, transeúntes… Hay un señor que me llama la atención, porque toma dos chocolates seguidos con una montaña de churros, y da la impresión de no estar satisfecho. Se diría que no quiere perder su barriga de de nueve meses. 
A su lado se sienta una ancianita que sale del portal en zapatillas, con su moñito blanco recién peinado. Usa unas gafas estilo los hermanos Álvarez Quintero. Se toma su chocolate con dos churros saboreándolos sin prisa, pero el segundo churro ya no puede terminarlo. Come como un pajarito. Después de un rato, coge su cachaba y se marcha tan despacio como ha venido.
En otro de los pisos vive una moza ya talludita, que, día sí y día también, tiene que llamar a los bomberos, porque se ha dejado las llaves en casa. Esto es la atracción de toda la calle, todo un espectáculo. Los niños y los que no lo son tanto, comentan que está enamorada de uno de ellos, y no sabe cómo conquistarlo. En fin,,, desde mi ventana se ve cada cosa, pequeños retazos de vida que sólo hay que pararse un poco a mirar, para reírse o para llorar, o para que se te quemen las lentejas… Según tengas el día.


                                                                                Asun Vilchez

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